Y el muchachito estaba dentro…

Luis Ángel
2 min readJan 28, 2022

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El muchachito estaba dentro, tirado en el sofá de su casa con un orden de furioso torbellino, viendo las ventanas de dividida luz esperando a que pase. Que pase ¿qué?, ¿un momento?, ¿el frío?, ¿un tigre?, ¿la angustia? Quien sabe qué esperaba el muchachillo, pero se quedó esperando mientras las pacientes motas de polvo le recordaban que era tiempo de partir.

Ya eran las 5 y cuarto y seguía tirado en el sofá, ¿saben de esa sensación de arrastre, de estar nadando con ropa llena de arena y huesos de plomo? Era un ancla varada en esa taciturna sala de estar y, mientras las olas se movían, el presintió que ya era hora de soltar puñetazos al aire a ver si por fin se calmaba y accedía a entrar mansamente a sus pulmones sin envenenarlos, sin enfriar las arterias de su corazón con polvo y certezas de que nada iba a cambiar. Se puso de pie, tomo sus tenis, agarró sus cosas y corrió sobre las infinitas losas de su casa, extendidas hasta la desesperación. De donde estaba él, nadie podía escapar, nadie podía verlo, ni oírlo, ni importarse: tenía un demonio adentro y su único consuelo era correr sobre las losas con sus esperanzas marinadas en miedo.

Todo estaba ahí en el piso; había tráfico pesado, miles de ruidos, gente no sonriendo y se podía oler el dulce humo de los gases gastados y se podía saborear el cáncer de pulmón. Corría, dentro de su casa-torbellino y aceleraba el paso para llegar por fin a la desesperación, romper su cúpula maldita y respirar por fin humo de verdad, ver gente de verdad, ver el gris de verdad porque al acabo todo era mejor que la estúpida niebla que cegaba sus ojos. Corría sin cesar, sin fin, en un lago de incertezas que muy bien se llevaban con su contraparte porque ambas eran erróneas. Los guardianes quiméricos de aquellos espeluznantes bordes le dieron caza: cocodrilos pesadilla, esqueletos de carbón, sombras negras trepa espaldas y sin fin de horrores; corría en ansiedad contra todos y perdía el aliento. No pocas veces lo liquidaron, despedazaron, mordieron, engullido y devorado, pero la carrera se hacía siempre, siempre hacía la meta: la cúpula. Hasta que llegaba o moría, pero ambas veces la siguiente empezaba de la misma forma: una puerta llena de oscuridad en medio de una caverna que después de abierta de desmoronaba.

Nadie sabe, más bien, él ya nunca conoció de su propio paradero cuando llegaba a esa puerta misteriosa. A veces se encontraba a sí mismo en el espejo y miraba con horror las prematuras arrugas de su frente, producto de siempre estar esperando sentado en el sofá, pero… ¿Esperando qué? ¿Qué pasara algo?

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Luis Ángel

Escritor ojiverde amante de mi amorcito. ¡Mucho gusto!