¿Cómo olvidar a mi buen amigo Rapha?

Luis Ángel
6 min readMar 14, 2021

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Singular, como ningún otro, algo raro y boca suelta, pero buena persona al final.

Estos días, el melancólico recuerdo de Rapha se refleja de entre las blancas cortinas de este soso cuarto de hospital. Cuando volteo a ver el cielo a través de la ventana se ve tan lejano, casi tan lejano como los recuerdos con Rapha.

Cómo olvidar esa vez en la pileta, como a los 6 o 7, cuando le hicimos la travesura al guarda y le bajamos los pantaloncillos. Corrimos y corrimos. Reíamos un montón. Trepábamos como locos los árboles del bosque regional, él con una intrepidez de gato montés, y yo como si una locomotora intentara subir una terrible cumbre. Cualquier tontería valía la pena con Rapha: saltar con una cuerda a un peligroso lago, hacer enojar a las señoras (eternas cotilleantes y chismosas de médula) o jugar interminablemente a las canicas en el quiosco de la plaza independencia hasta el anochecer.

En su tiempo, no me di cuenta de cuanta mierda rondaba por el mundo, pero a decir verdad, tampoco interesó nunca. Recuerdo las miradas frívolas y juzgonas de la gente cuando tu madre llegaba al colegio a las reuniones de padres de familia, siempre sola. “Vieja puta” se escuchaba como susurro a la distancia, y un incomprensible murmuro se hacía presente entre todas las madres cuando la tuya llegaba. Ahora me pregunto si tú te dabas cuenta de eso, Rapha, porque un niño no entiende, pero es capaz de sentir lo que sucede a su alrededor. Igualmente, tu madre siempre portaba una sonrisa radiante y orgullosa, en ataraxia total, casi como en un mundo aparte. Te regañaba con un entre visible amor y te consolaba con pericia y comprensión. Tampoco me pareció raro nunca haberla visto con esposo (como era común por aquel entonces) ni que nunca me hablaras de tu padre. Cuando se es niño, uno no necesita leer subtextos ni interpretaciones banales y podridas, las cosas eran como eran y punto.

Rapha, nunca vi a un castaño tan intrépido en mi vida. Mientras crecíamos y conocíamos los entretenimientos mundanos, la pasábamos siempre juntos. Éramos hermanos, siempre hermanos. ¿Recuerdas como conociste a Leticia? Qué recuerdo, sus pecas y su liso cabello eran perfectos, y quedaste flechado desde que la viste llegar en su anticuada diligencia, vestida como princesa y abochornada por el intenso sol de nuestra tierra. Nos escapábamos en los recesos y en los trabajos en el campo solo para verla a lo lejos jugar con sus perros en el jardín de su mansión, y te recuerdo perdidamente embelesado cuando te ponías a divagar sobre sus ojos angelicales o sobre sus magníficas piernas. Qué triste fue verla llorar frente a tu tumba, con sus imperturbables pecas pero con sus ojos hechos un Cristo.

Como todo en la vida, cambiaste, Rapha. Parecías increíblemente decidido a casarte con Lety, pero, ¿quién pensaría que una doncella de alguna dinastía tardía se fijaría en un campesino con apenas en su haber una parcela donde, con dificultades y muy apretadita, cabría su tumba? ¡impensable! Y tú lo supiste, desde siempre, pero igualmente te ponías tus mejores trapos para asediarla con tu elocuencia magistral. Era bello verlos juntos cotillear en las plazas, aunque habría preferido no ser la carnada para distraer a las criadas y a su mismo padre, Don Alfonso. Siempre que lo veía me ponía a temblar, era un tipo enorme y hecho de roca. Aún hasta la fecha agradezco al cielo haberle caído bien, no quería ni quiero imaginarme lo que me hubiera hecho de no ser así.

Como nunca fuiste estúpido, comenzaste a buscar oportunidades para conectarte con la gente adecuada. Siempre con diligencia, amabilidad y con una extraña confianza que nunca me dejó de sorprender, aún en tu funeral, cuando el ex presidente José Camilo vino a darle el pésame a Leticia y a tu hijos como si fuese amigo tuyo de toda la vida.

¡Cómo se resistió Don Alfonso a aceptarte como yerno! Incluso después de casados chillaba con su ronca voz que era inaudito que una descendiente de sabe qué linaje de sabe qué país estuviera con un campesino con el único linaje que la tierra daba y con las raíces en la milpa, pero al poco te supiste hacer querer.

Rapha, astuto como un zorro, te hiciste líder del sindicato de trabajadores agrícolas y empezaste a codearte con gente de alcurnia. Bebías champaña y vestías trajes entallados, pero siempre con naturalidad de campo y un par de vivaces ojos que veían hasta lo que el alma ocultaba.

Y aún con todo y eso, venías a visitarme en mis taciturnas noches de insomnio, y cada vez que, en mis borracheras de amante, le llevaba serenata a mi difunta esposa. Cambiamos los días trepando árboles por tardes haraganeando en el césped y, más tarde, en noches de juego y vino.

Recuerdo aún mezcolanza de emociones en tu rostro cuando nació tu primer hijo, temblabas como carcacha y sudabas como deportista, proceso que se mantuvo constante otras 4 veces más. Fue bonito ver a nuestros hijos crecer casi a la par, y recordar nuestras aventuras en ellos. Claro que, ahora como padres, no nos hacía ni puta gracia que nos contaran que nuestros hijos habían hecho sabe cuál salvajada, pero era inevitable una sonrisilla de nostalgia.

Tu madre se despidió justo como tú, sin aviso. Un febrero, días antes de tus bodas de porcelana, un hijo de puta quiso desquitarse con la vida y por fétida fortuna te encontró caminando, como siempre hacías en las mañanas, por la acera de la calle revolución. A traición, te apuntó por detrás de la nuca y te incrustó una bala en el cráneo. Sin deberla ni temerla, te nos fuiste, Rapha. Hay quienes dicen que fue un ajuste de cuentas de algún mafioso que no pudo torcer tu mano, y te nos fuiste. Sea como fuere, el tipo huyó para poco después ser encontrado en el parquecito de la zona, sin vida y con los sesos desperdigados en el banquillo donde estaba sentado.

Tu funeral fue el más grande que jamás haya visto, familias de toda la ciudad llegaron para despedirse de tu tumba triste, desconcertados por lo abrupto de tu muerte. Lo organizamos como siempre quisiste que fuera, como una fiesta. Contratamos bailarines, músicos, chefs y pirotecnia. Fue la fiesta más triste de todas, porque aún cuando todos bailaban y se divertían, un vacío inerte acaecía, irreversible, en nuestros corazones.

Me costó mucho superar que ya no estabas, las noches de vino se convirtieron en solo noches muertamente taciturnas y desahuciadas. Me encargué de que tus hijos recordaran a su padre como lo que era: un gran hombre. Ahora mismo, tú Pedro ya está casado, Julián tiene problemas en la universidad, pero al menos le echa ganas, Julia está en el cuadro de honor de su preparatoria, Renata por fin y después de tantos esfuerzos pudo rodar su primer película y Carmen abrió el primer consultorio de psicología en la ciudad. Todos ellos son felices, cada uno con un destello común que de tus ojos salieron y con las pecas heredadas de su madre.

Rapha, yo ya te estoy alcanzando. Hace poco me diagnosticaron con alzheimer, pero al parecer no estoy muy avanzado. No conozco algún tratamiento para eso, pero ya yo no estoy para esas mierdas. Desde hace mucho que solo vivo para el cielo, y en breves el cielo me dará el alivio a esta incertidumbre. Por eso te escribo, Rapha, porque me quería despedir de ti antes de que murieras en mi memoria (porque, ¿cómo podría olvidar a mi gran amigo Rapha, sangre de mi alma?) y para avisarte que pronto podré preguntarte de nuevo: “¿Cómo va todo por allá?”, mientras bebemos del vino de siempre, y escuchamos boleros viendo el alba nacer sobre el horizonte como siempre hicimos en las noches de hastío. Ahora mismo, tomaré todo el impulso que tienen estos viejos huesos, y me asomaré por la ventana de este odioso hospital, cada vez más cerca, a ver si me puedes atrapar.

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Luis Ángel

Escritor ojiverde amante de mi amorcito. ¡Mucho gusto!