Cuando llegue mañana

Luis Ángel
4 min readMar 14, 2021

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Acostado debajo de un puente, bocarriba, contando los trozos de moho que cuelgan de él como estalactitas calculando cuál será el primero en caer.

¡Qué envidia ser un perro callejero! Hacer y vagar cuando el cuerpo lo pida, sin preocuparme por la pesada carga del raciocinio odioso. Ser lastimado por el golpe y no por la palabra del perfidia que llamé amor. Estoy resentido, ¿y qué? Igual tengo que luchar por migajas con otros pobres diablos de mi clase en un ring empresarial. Cubículos llenos pero gente sola, ojos llenos pero corazón vacío. Yo antes, hace no poco, me compadecía (con una superioridad sacada desde lo más profundo de mi culo) de mis compañeros apretaditos en su traje (aunque yo estuviera igual) y apretujados como cerdos (cuando yo era el que más chillaba). Cerdo capitalista, es, consumidor compulsivo de todo sin miedo a nada, perdiste tu corazón tratando de hallar el secreto de la felicidad en un lago infértil para después ahogarte en la desesperación. Me das vergüenza con tu tan costosa camisa hecha un desmán, con tu prematura calvicie por preocuparte por todo y por tu semi escualidez producida por la falta de alimento. Lo único lleno que tengo es mi cerebro, pero de mierda, misma que vomito cuando veo a esa pérfida muy mona, radiante y risueña que hizo mis sueños pedazos. Me revuelve solo pensar en ella.

Ahora, después de tragar mi bilis, me siento cansado. Tanto maltrato me dejó hecho un cristo. Un trozo de moho cayó sobre mi frente y me recordó a mí cual trapo usado. ¡Maldito sea el momento en que nací! Las cosas se me voltearon, ¿y ella es feliz? Quien se hizo llamar el amor de mi vida me usó y me dejó como una servilleta llena de mocos en este bote de basura. Ni ganas tengo de volver a ese estrecho, frío y vacío departamento. Ni un colchón tengo. Quisiera matarme y revivir para morirme otra vez y volver a revivir, tal vez así se me calmara un poco la rabia que me hierve la sangre. Sea o no esa idiotez, ya debo irme, un vago de verdad vino a reclamar su hogar y no quisiera que una aguja de dudosa procedencia empeorara mi día.

Maldito sea el aire, el desgraciado me saca lágrimas que tenía bien escondidas en el pecho. Todos se burlan de mí: el pasto con su murmullo incesante, los gatos con su repudio, los árboles desde lo alto, y la luna… la luna no, creo que ella tiene un aprecio especial por mí. Siempre hubo luna en los momentos más bellos de mi vida, por eso, cada vez que la veo, me siento tranquilo, como cuando a un niño lo arrulla su madre para calmar su llanto. Mi corazón aún me duele, tengo una lanza atravesada en el pecho. Me pregunto por qué el corazón no es tan listo como el cuerpo para sanar heridas de amor, o traición, o soledad, o coraje.

Camino y camino por este sendero de frío concreto, siempre recto, siempre hacia abajo. Camino lento, como un soldado encadenado al paredón. No quiero llegar a ningún lado. Quiero quedarme en esos pequeños puntos de luz que se alzan en el horizonte, la ciudad es hermosa de noche y de lejos, muy de lejos, pero mientras sí o no, voy a caminar hasta el fin del mundo.

Hace frío. Hace rato me encontré con una madre y su hijo en brazos; se cambió de acera. Qué cosas, uno se siente rey de todo pero no es nada, nunca nada. Este dueño del mundo se dio cuenta que está encerrado en una cáscara de nuez, golpe de ego y golpe de todo. ¿El ego qué es? Una cosa de nada, soberbia y nada más. Hablar de lo que me pasó sería una pérdida de tiempo, no importa, no sirve, no es útil ni es nada. Mejor es pensar en el aire que golpea mi rostro, en los coches que pasan o en el sonido de los antros nocturnos llenos de gente con tantos estados de ánimo como colores en el espectro cromático. Nah, todo sigue siendo complicado, mejor pienso en respirar y nada más, ser como una planta, recta y semi inerte. Solo camino para llegar a casa, pero si mi casa era ella, ¿a dónde voy? Hubo un error de logística: yo sabía que no debía depender de nadie, pero su hiel se filtró en mis venas cual inyección gracias a mi propia debilidad. Ya no me queda más que el departamento, pero tampoco está tan mal, la caminata me bajó la cólera y creo que hasta es benéfico. Cualquier lugar dónde ella no esté es benévolo.

En mi departamento, por fin acostado en el piso, desnudo por si alguna razón una rata quiere recordarme mi existencia con un mordisco, veo como como el techo parece caerse a pedazos. Si una pintura se asemejase a mi alma, en este momento los resquebrajos del techo se asemejarían más: feo, asimétrico y lamentable. Me duermo, con la posibilidad de despertar lejos por la mañana, ver el sol nacer y respirar otra vez. Cuento el tiempo por cada cabello que me queda en el pelo, son muchos y pequeños, como los momentos, pero no sé si tenga cabello suficiente para sanarme (vivo con la esperanza de que sí). Respiro muerto, pero siempre espero volver a vivir, el risco que frente a mí se abre, enorme, solo me recuerda que debo tener coraje. Las cosas no cambiarían mucho, pero sería yo. Entonces no sé si ella me recordó que debo dar un salto de fe o debería quedarme en el cruel y cómodo hastío de hacer nada. Estoy confundido, quiero llorar, gritar, saltar y romper todo, pero por ahora dormiré. Dormiré y dormiré con la esperanza de despertar siendo yo, cuando llegue la mañana.

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Luis Ángel

Escritor ojiverde amante de mi amorcito. ¡Mucho gusto!